Mariana y El Templo de la Perdición

Creo que uno de los aspectos más interesantes en los cuentos y novelas de Mariana Enríquez, es su particular manera de describir un miedo humano atávico: que las cosas no sean lo que parecen. Que la civilización sea tan solo la máscara de una realidad primitiva, brutal, violenta e inescrupulosa.

Sus historias suelen referir al infra-inframundo que, a diferencia del horror norteamericano, no consiste en las atrocidades escondidas bajo el sótano de una casa ideal -como en Get Out o La Gente Detrás de Las Paredes-, sino en una brutalidad incipiente que está ahí, a la vista de quienes pueden ver, en las calles de barrios decadentes con un pasado “cheto”.

Este temor es atávico; se asoma -como estrato- desde la figura del cielo por sobre el infierno (con la tierra al centro), y aparece en incontables historias y películas ordenada vertical, horizontal, o circularmente: en Indiana Jones y el Templo de la Perdición este temor, expresado de forma ordenada y vertical, es el nudo que ata una historia que va más o menos así: algo raro sucede en el palacio del muy civilizado y anglofílico Maharajá de Pankot, quien -a pesar de disfrutar con la compañía de oficiales ingleses y otros encumbrados de la civilización occidental-, celebra las erpientes con sorpresa y goza con los cerebros helados de mandril: primera señal de que algo aquí no cuadra. Mientras tanto, debajo de palacio, se sitúa el mismísimo infierno: un lugar donde el joven maharajá, bajo hipnosis obvio, da rienda suelta al culto a Kali con sacrificios humanos y explotación infantil incluidos.

Es una película muy bien armada, incluso el portal con el pasaje que lleva al inframundo -por parte de Indiana- resulta de lo más Freudiano: cruza empujando los senos de piedra de una estatua tras frustrar un comico encuentro sexual con su vecina de al frente: de lo civilizado pasamos a lo libidinal, y de ahí, al violento inconsciente subterraneo.

Finalmente Indiana – este es un film cumbre en la épica estadounidense-, psicoanaliza al maharajá con un fierro caliente y deja a los ingleses como una nación de inútiles enceguecidos por su apego a la tradición, el honor y las buenas costumbres.

Y así como el templo de la perdición era real -como sustrato material de un palacio ficticio-, los aspectos oscuros que pueblan las historias de Enríquez lo son aún más. Como olvidar el caso Spiniak: esa red de pedofilia oculta en un exclusivo gimnasio de barrio alto, hecho en donde el templo de la perdición efectivamente existía, generando horror e indignación en la población al enterarse de lo que realmente sucedía en estas instalacione. Historias que hasta donde entiendo son inventos, como el Pizza-Gate, proyectan este mismo terror en determinados grupos políticos cosa de hacer de este terror un armamento.

Soy una persona algo ingenua: creo en un mundo bienintencionado. Oscilo hacia ese lado del espectro, y hacia el del paranóico que ve el mal esconcido en cada esquina y pizzeria. Sin embargo durante el último año he presenciado muy concretamente esa otra parte del espectro: la del infierno en la tierra, de personas que creen que la gente es mala y -por lo mismo- hacen mal. La del daño humano justificado por lo “no-personal”, y el sacrificio humano en aras de la capitalización social en twitter: extensión pública del chisme malicioso. Actividad que en Chile llamamos “pelar”.

Como si no nos diésemos cuenta que “pelar” es sinónimo de despellejar, desplumar o desollar.

Pienso que lo narrado por Enríquez es hoy visible a todo nivel: particularmente en la visibilidad total que promueven las redes sociales, donde se promueve el diseño y producción del si mismo como contenido -muchas veces vacío- con el propósito de ser consumido por otros humanos en las mismas redes. Lo público y lo privado, lo violento y lo civilizado, todo expuesto públicamente en un desorden donde resulta difícil distinguir donde empieza una cosa y termina otra.

La narración de esta suerte de des-estratificación, donde lo aterrador convive con lo civilizado -a diferencia del horror gringo y victoriano donde es subyacente y reprimido- es una de las razones por las cuales, creo, me parece importante leer a Enríquez hoy en dia.

Y eso que no he leído Nuestra Parte de la noche!