Mariana y El Templo de la Perdición

Creo que uno de los aspectos más interesantes en los cuentos y novelas de Mariana Enríquez, es su particular manera de describir un miedo humano atávico: que las cosas no sean lo que parecen. Que la civilización sea tan solo la máscara de una realidad primitiva, brutal, violenta e inescrupulosa.

Sus historias suelen referir al infra-inframundo que, a diferencia del horror norteamericano, no consiste en las atrocidades escondidas bajo el sótano de una casa ideal -como en Get Out o La Gente Detrás de Las Paredes-, sino en una brutalidad incipiente que está ahí, a la vista de quienes pueden ver, en las calles de barrios decadentes con un pasado “cheto”.

Este temor es atávico; se asoma -como estrato- desde la figura del cielo por sobre el infierno (con la tierra al centro), y aparece en incontables historias y películas ordenada vertical, horizontal, o circularmente: en Indiana Jones y el Templo de la Perdición este temor, expresado de forma ordenada y vertical, es el nudo que ata una historia que va más o menos así: algo raro sucede en el palacio del muy civilizado y anglofílico Maharajá de Pankot, quien -a pesar de disfrutar con la compañía de oficiales ingleses y otros encumbrados de la civilización occidental-, celebra las erpientes con sorpresa y goza con los cerebros helados de mandril: primera señal de que algo aquí no cuadra. Mientras tanto, debajo de palacio, se sitúa el mismísimo infierno: un lugar donde el joven maharajá, bajo hipnosis obvio, da rienda suelta al culto a Kali con sacrificios humanos y explotación infantil incluidos.

Es una película muy bien armada, incluso el portal con el pasaje que lleva al inframundo -por parte de Indiana- resulta de lo más Freudiano: cruza empujando los senos de piedra de una estatua tras frustrar un comico encuentro sexual con su vecina de al frente: de lo civilizado pasamos a lo libidinal, y de ahí, al violento inconsciente subterraneo.

Finalmente Indiana – este es un film cumbre en la épica estadounidense-, psicoanaliza al maharajá con un fierro caliente y deja a los ingleses como una nación de inútiles enceguecidos por su apego a la tradición, el honor y las buenas costumbres.

Y así como el templo de la perdición era real -como sustrato material de un palacio ficticio-, los aspectos oscuros que pueblan las historias de Enríquez lo son aún más. Como olvidar el caso Spiniak: esa red de pedofilia oculta en un exclusivo gimnasio de barrio alto, hecho en donde el templo de la perdición efectivamente existía, generando horror e indignación en la población al enterarse de lo que realmente sucedía en estas instalacione. Historias que hasta donde entiendo son inventos, como el Pizza-Gate, proyectan este mismo terror en determinados grupos políticos cosa de hacer de este terror un armamento.

Soy una persona algo ingenua: creo en un mundo bienintencionado. Oscilo hacia ese lado del espectro, y hacia el del paranóico que ve el mal esconcido en cada esquina y pizzeria. Sin embargo durante el último año he presenciado muy concretamente esa otra parte del espectro: la del infierno en la tierra, de personas que creen que la gente es mala y -por lo mismo- hacen mal. La del daño humano justificado por lo “no-personal”, y el sacrificio humano en aras de la capitalización social en twitter: extensión pública del chisme malicioso. Actividad que en Chile llamamos “pelar”.

Como si no nos diésemos cuenta que “pelar” es sinónimo de despellejar, desplumar o desollar.

Pienso que lo narrado por Enríquez es hoy visible a todo nivel: particularmente en la visibilidad total que promueven las redes sociales, donde se promueve el diseño y producción del si mismo como contenido -muchas veces vacío- con el propósito de ser consumido por otros humanos en las mismas redes. Lo público y lo privado, lo violento y lo civilizado, todo expuesto públicamente en un desorden donde resulta difícil distinguir donde empieza una cosa y termina otra.

La narración de esta suerte de des-estratificación, donde lo aterrador convive con lo civilizado -a diferencia del horror gringo y victoriano donde es subyacente y reprimido- es una de las razones por las cuales, creo, me parece importante leer a Enríquez hoy en dia.

Y eso que no he leído Nuestra Parte de la noche!

Chernobyls

Una de las cosas que he observado en mis escuetos 10 años de experiencia como profesor en distintas universidades (8!), es que si vas a dedicarte a trabajar en la academia debes saber que, al menos en el caso de las escuelas de arte, trabajas en un contexto radioactivo.

La larga exposición a las radiaciones de este ambiente produce mutaciones indeseables e incluso la muerte.  Resulta de vital importancia entonces, llevar la indumentaria adecuada -de preferencia chaleco de plomo-, suplementarse con pastillas de yodo cada mañana antes de partir al desayuno, y ducharse bien duchado al regresar al hogar: evitando así el ingreso de cualquier isótopo de origen laboral que pudiese dañar a tu familia y seres queridos.

Debido a la naturaleza de este entorno laboral, asimismo, encontrarás que en estos entornos laborales hay una gran diversidad de trabajadores con diferentes grados de exposición a la radiación: están quienes entraron a trabajar a la central siendo apenas niños, cuando todavía no se reconocían los perjudiciales efectos de los radicales libres y que hoy -ya adultos y persistiendo en el hábito de trabajar en pelotas-, manifiestan una serie de mutaciones que los vuelven incomprensibles para el mundo exterior y atemorizantes para los nuevos operarios.

Esto último es muy desgraciado: particularmente si consideramos que la mayor parte de estas mutaciones son de orden estético (o neurológico), y que más allá de su aspecto monstruoso y distintos tipos de delirio, no hay nada que temer en estos trabajadores.

También están los mutantes sabios, los menos, que llevan siglos trabajando en el reactor aparentemente sin mutaciones: con ellos he conversado mucho y me parecen personas llenas de consejos sabios y generosos; Pacientes y maestros en el arte de hacerse los huevones, conocen al revés y el derecho los recovecos de la central y su reactor. Saben cuáles salas están mejor blindadas, que pasillos seguir para evitar el efecto Cherenkov, como cocinar una liebre mutante, cuales e-mails borrar y cuales responder, y así con otros peligros propios de trabajar en un reactor.

Por último, están los operarios de media carrera, que con años o décadas de experiencia -y tras acusar los efectos de la exposición radioactiva en su juventud- ya entienden, muchas veces tardíamente, la importancia de los rituales de limpieza, el chaleco de plomo y la inutilidad de los sacrificios vanos: no es que no les importe la vida en la central y la energía que esta produce, pero entienden sus propias limitaciones y -si bien gustan de Kafka y Hemingway-, son conscientes de no ser ni tan valientes como una cucaracha ni tan sabios como un lobo de mar.

Intuyen que pasar más horas expuestos a la radiación solo disminuiría el bien que genera su trabajo docente en una juventud lozana que, entrando y saliendo de la central con la rapidez de quien se toma una radiografía, no necesita conocer mejor la central: sino conocerse mejor a sí misma durante su breve estadía en este lugar radiante.

Atropellos

Persona muere tras ser atropellada por tren en Maipú y motocilista fallece luego de chocar con árbol en San Joaquín. 15 comentarios.

Uno de varios titulares de un periódico online hoy 23 de Enero de 2022: uno se pregunta por estas personas que fallecieron tan repentinamente, ¿habrán temido los seres queridos del motociclista por su arriezgado trabajo? ¿Cuánto tiempo llevaba en esto? ¿cruzaba siempre el otro fallecido por las líneas del tren en Maipú?

De todas formas morir, y morir así, es siempre inesperado.

Hace algún tiempo que estoy intrigado con esta idea del templo, del órgano, del instrumento corporal, musical o gubernamental que puede tocarse bien -o mal-, y como de este bien o mal tocar penden las convicciones y certezas de gran parte de la humanidad: que esta persona sabe manejar un gobierno, que esta otra no.

Finalmente es un problema de creencias y convicciones: de creer que alguien tiene grandes capacidades y está destinada para grandes cosas, sin importar lo privadas que sean.  

Pues bien, cuando una persona fallece como fallecen las de este titular tal vez lo más chocante es esa muerte sin aviso, instantánea. Como si no hubiese importado esa gran cosa que estaban haciendo. Debe ser tan duro, tan difícil encontrar justificaciones para esto cuando se trata de un ser querido: que esa persona que significaba tanto para ti, que era tanto más que la suma de sus partes muera como si su prodigiosa existencia hubiese sido mera coincidencia.

Tal vez de ahí vienen las animitas, de ese no haberse podido despedir y de una necesidad profunda por reparar una muerte tan indigna que -a diferencia de esa otra gran arbitrariedad que es el nacimiento-, nos pilla desprevenidos y nos deja sin respuesta.

Lo Correcto

Lo Correcto

Durante los últimos años, primero con timidez y luego con la exuberancia de la desinhibición, se han ido instalando en el debate publico y familiar conceptos como la intolerancia de los tolerantes y lo políticamente correcto; este último término referido al carácter totalitario e impositivo de un ideario político y social ligado a las motivaciones de una minoría bulliciosa y egoísta a la que en algún momento se le dio la mano pero que hoy se tomó el codo.

Lo políticamente correcto sería algo así como la burocracia política sostenida por buenistas pusilánimes quienes, sin temple ni experiencia para ver “las cosas como son”, se han transformado en una clase política mórbida, secuestrada por grupos de interés cuyos argumentos -si bien son correctos- estarían mal.

¿Y porqué estarían mal? Porque su base sería ideológica, y sus argumentos -basados en fantasías y constructos-, no corresponden a la realidad, como si corresponden el dinero fiduciario y el espíritu santo, que no responderían a ninguna base ideológica.

Y de aquí se desprenden desinhibiciones como las de pensar, y expresar, que hay que decir las verdades por muy incómodas e incorrectas que sean pues -como dice mi madre- “la verdad aunque severa es amiga verdadera”. Una frase desde donde emana mucha sabiduría, y que personas de moral infantil tienden a leer desde la severidad: “la severidad porque es verdadera es amiga verdadera”.

Y de ahí para muchas personas la provocación y la incorrección - la verdad sin generosidad-, tiendan a confundirse con virtudes y verdades. Pues pensar incorrectamente, sin método ni criticalidad pero con la espontaneidad de la convicción, y la certeza de la fe ciega es la fuente desde donde surgiría un orden nuevo y pacífico en donde todos pensaríamos lo mismo liberados -al fin-, del yugo de la corrección.

Y así se configura un proyecto político decadente: heredero del “reality” show, donde la incorrección es elevada a la categoría de virtud y decir lo que se piensa -o hablar sin pensar-, se convierte en sinónimo de honestidad.

Covfefe.

En este tipo de proyecto, donde el show precede a la realidad, lo único realmente importante es ganar y estar o no en lo correcto -decir o no la verdad- pasa a ser un problema semántico.

Porque la necesidad de estar en lo correcto -¡incluso cuando se es literalmente incorrecto!, no es mucho más que la necesidad de ganar y poseer la razón. Y este deseo tóxico de posesión es una pulsión acaparadora donde todo vale: donde los contrincantes dejan de ser humanos, el mundo conspira en tu contra, los violentitas se transforman en pacos infiltrados, el gobierno -hasta hace pocos días torpe e inepto- anticipa una estrategia para cortar el transporte público, Daniel Jadue tiene un botón para prender y apagar protestas y el Almirante Merino puede decir lo que quiera de Bolivianos y Peruanos por que estos no serían humanos, sino Auquénidos Metamorfoseados.

Y nada de eso es correcto ni verdadero: a menos que la mentira y la paranoia, cual carrera armamentista, escalen hasta el peligroso punto en donde los efectos inventan las causas y ahí -como el pelao vade- nos vamos todos a la B.

El Sueño de Yolanda

A partir de esta semana ya no hay encuestas: la ley electoral prohíbe la publicación de encuestas durante los 15 dias que anteceden a las elecciones. De todos modos, el mundo entero considera que las encuestas no sirven para nada, pues no serían representativas o solo contactarían a seres humanos obsoletos:

¿quién contesta el teléfono ahora? ¿francamente?

La función de las encuestas es, a partir de una muestra, visualizar lo que la población piensa o pretende hacer, generando así un modelo que, si bien no es la cosa representada, se comporta como tal: de la misma forma que una foto carnet debiese parecerse a ti y la muestra de sangre debiese ser más o menos parecida al resto de tu sangre, la encuesta de una elección debiese parecerse a la elección sin ser una elección.

En la era pre-internet, cuando el país estaba unido por Vicente Sabatini, la línea telefónica y la credibilidad de Margot Kahl, décadas antes de que contestar un teléfono diera miedo y el Professor Rossa puteara a Guru-Guru, las encuestas eran de hecho bastante representativas y su aparición se leía con el fervor de un horóscopo y la seriedad de un programa de política: el sueño de Yolanda Sultana.

La encuesta resulta hoy, entonces, un medio tan anacrónico como la elección, pero carente de su valor ceremonial: el doblaje de papeletas, el canto de votos, los vocales de mesa que saludas cada dos años y todo ese folclor burocrático que denominamos la fiesta de la democracia.

Este carácter vintage de la ceremonia funciona con las elecciones, pero al parecer no con las encuestas; el anacronismo de estas últimas consistente en ser vestigio de un tiempo donde acción y representación estaban mediados por una apreciable distancia temporal: las fotos se revelaban después de las vacaciones, publicar un libro requería años, y convertirse en celebridad precisaba de -al menos- haber nacido. [1]

Donald Trump es un excelente ejemplo de esta vuelta de carnero copernicana: durante milenios, para optar a tener tu nombre inscrito en un edificio o avenida tenías que primero haber gobernado, y luego haber muerto. Pero para Donald -figura símbolo del existo luego pienso- primero se le pone el el nombre al edificio, luego se gobierna y finalmente se muere. Covfefe.   

No es raro entonces que hoy en día, la línea entre acción y representación esté tan confundida que podamos encontrar niños que tienen un canal de Youtube (representación), pero no tienen la menor idea de qué hacer con este (acción): como muestra este video de Elisa Giardina-Papa.

Las encuestas, entonces, son una forma lenta de representación en un universo de representaciones aceleradas cuya inmediatez las vuelve reales como efecto: toda la candidatura de Parisi, el cáncer del Pelado Vade, los bots de Kast, la selfie pal tinder, el valor del bitcoin, las patinetas eléctricas instaladas de la noche a la mañana en el espacio publico, los filtros del instagram y las denuncias de censura con más visibilidad que la censura -como sucedió el año pasado con DelightLab[2]- son algunos síntomas de esto.

Gran parte de las interacciones que hoy tenemos con nuestro entorno material no son con nuestro entorno, ni desde nuestro entorno, sino que a partir de representaciones del mismo, o de acciones realizadas en él que están determinadas no por su valor experiencial, sino por su potencial utilidad como fotografía: cuando dibujamos en Procreate estamos trabajando con una simulación de papel indistinguible de su referente. Lo mismo sucede cuando editamos un video y lo proyectamos, cuando entramos a un foro y debatimos, o cuando subimos un NFT y lo vendemos. Estamos actuando sobre representaciones digitales -de papel, películas, congresos y objetos escasos respectivamente-, que aparentemente tienen el mismo efecto de los objetos que representan.

Y ahí está la pobre encuesta plaza pública: una de las pocas representaciones que actualmente son incapaces de predecir a sus consumidores/usuarios/electores. Ahí está con las otras encuestas: despreciadas por la ciudadanía por falsas y manipuladoras, mientras los políticos declaran que “no gobiernan para ellas” y la prensa se refocila comunicando que solo representan a esas personas llenas de bondad que todavía contestan el teléfono.

Sin embargo, creo que hay algo de nobleza en estas pobres encuestas: ¿o no?

Porque en un mundo hiperreal, donde la causalidad importa un huevo y no hay diferencia entre acción y representación, es de hecho un mundo de encuestas: cada vez que buscamos algo en Google, compramos un disfraz de Pikachu en Aliexpress, vemos una película en Netflix o le damos un like a nuestra mamá en Facebook, estamos rellenando encuestas involuntarias -indirectas e indiscretas-, mucho más representativas y tendenciosas que “la Casen”.

Paradójicamente estas inútiles encuestas vintage tienen la amabilidad de pedir permiso y, al seguir dando puntadas sin hilo y sorprendiendo con sus lecturas horoscópicas, le abren la puerta al encuentro con lo inesperado: algo que por más copas menstruales que busque en Google, todavía no logro encontrar en mi publicidad de redes sociales. No me castigues algoritmo.

😉

 

Pd: Es bueno Baudrilliard, una lástima que sea tan enredado.

 [1] Yo no se como esto no es considerado explotación infantil:

 Online and Making Thousands at Age 4: Meet the Kidfluencers:
https://www.nytimes.com/2019/03/01/business/media/social-media-influencers-kids.html

[2] En Twitter y Gas Lacrimogeno, Zeynep Tufecki argumenta que un estado totalitario moderno prefiere confusión a censurar. La intervención “encandilada” tuvo lugar durante un período de cuarentena estricta en Mayo del 2020, por lo tanto es una intervención que muy poca gente vio en vivo y que -si bien sucedió en el espacio publico- fue principalmente observada y comentada de forma telemática:

 https://www.latercera.com/culto/2020/05/23/delight-lab-no-nos-vamos-a-dejar-amedrentar/

Resolución

Cuando nos referimos a resolución, generalmente pensamos en resolución espacial: cuantos megapíxeles tiene una cámara, cuantos puntos por pulgada tiene una impresora, a cuantos centímetros terrestres equivale el pixel de una fotografía satelital. La resolución temporal, sin embargo, es una que solemos pasar por alto: nuestra percepción temporal es bastante más limitada en este aspecto: nos bastan 24 cuadros por segundo para confundir imágenes con movimiento, a un gamer le bastan 120 cps para actuar en este movimiento sintético, y la verdad es que al menos yo no no tengo tiempo para ver más videos en slow-motion.

Sin embargo, estas resoluciones son complementarias: la ciudad vista desde una montaña parece tranquila, las olas desde un avión parecen moverse en cámara lenta, los árboles que vemos a lo lejos tienen hojas quietas, y el ojo de la tormenta apocalíptica de júpiter nos recuerda las vetas de un pedazo de mármol.

De lejos las cosas parecen no moverse, de cerca parecen no dar tregua: en medio de grandes movimientos sociales esta inquietud es irresistible, y de ahí la pulsión por capturarlo todo, por no perderse nada. El FOMO existencial de llegar primeros y resolver hasta el final.

Pero los mismos trastornos climáticos y sociales que para nosotros resultan irresistibles o intolerables, para los ilustres habitantes de júpiter son, con suerte, un lunar en la faz de un planeta lejano.

La resolución, como el deseo, tiene algo de hoyo (negro): insondable y vertiginoso, mientras más te acercas más encuentras, y sin la posibilidad de llegar nunca a puerto, inevitablemente hay un punto en a que esta búsqueda abismal por la precisión deja de tener sentido:

¿necesito una cámara de 100 megapixeles? ¿vale la pena seguir agrandando el espejo del telescopio?

Estas búsquedas exponenciales de resolución espacial requieren tiempo, y ciertamente -como cuando nos encontramos haciendo doomscrolling en twitter- hay un punto en que este intercambio deja de valer la pena.

Que tal si, en vez de insistir en el abismo, ¿hacemos como los hipotéticos habitantes de Júpiter y nos alejamos un poco?

Tomamos el vector inverso: dándonos tiempo a cambio de resolución, y dejando en paz al agujero negro. Buscando -aunque sea por un momento- formas de tomar distancia que nos permitan observar las cosas no con la certeza de quien se ahoga en un vaso de agua, sino con la claridad de quien sabe que nadie debiese ahogarse en un vaso.

pd: curioso como -al menos en español-, a los agujeros negros se les llama agujeros, y no hoyos. Me pregunto si es por temor a que al llamarlos así, hoyos, se pudiese abrir la puerta a denominarlos culos galácticos o anos interestelares. Lo que nos pondría en la humilde posición de ser una pequeñísima y curiosa deposición preguntándose por lo que hay más allá del orto:punto en el cual un astro atraviesa el plano del horizonte y entra en el campo visual del observador”.

La Vida Social

La Vida Social

Antiguamente, en el diario de Agustín y en otros periódicos del siglo pasado, existía una sección llamada Vida Social. En esta sección se encontraban fotografías de fiestas, panoramas y eventos en donde -por lo general-, personas con puestos influyentes (y sus familias) figuraban realizando actividades que personas menos influyentes (y sus familias) también realizaban, pero que a Vida Social no le interesaba publicar: asados, fiestas patrias en países extranjeros, fiestas de 15, encuentros empresariales con canapés, etc.

Por alguna razón, para Vida Social, el que estas personas -que solían ostentar puestos de crucial importancia- realizaran actividades cotidianas resultaba algo digno de ser publicado. A veces, también, se les colaban algunas actividades devocionales en las cuales compartían con personas humildes y sencillas quienes gracias a la beneficencia de estos nobles criollos figuraban también, tal vez por única vez en su vida, en las páginas del diario de Agustín.

De todas formas existía cierto recelo por esta Vida Social aristocrática y este conjunto de personajes quienes no solo dirigían el destino de nuestro país, sino que además asistían a fiestas, comían pizza, celebraban cumpleaños con tortas de cuchuflí y bautizaban a sus hijxs. A algunas personas esto les parecía violento, a los cuicos sofisticados les parecía frívolo, y a los aludidos les parecía algo muy simpático.

Pero lo importante aquí es que Vida Social demostraba que estas personas tan importantes eran también gente como una: que además de tener trabajos tenía también momentos de risa. Emborrachándose y celebrando como cualquier mortal. Vida Social daba cuenta de eso: aunque fuese banal y de repente apareciesen cosas tan ridículas como Chilenos celebrando un concurso de banderas en Bélgica (perdimos), de todos modos era posible ver que estas personas tan especiales -a pesar de sus trabajos- no trabajaban todo el tiempo.

Pero la Vida Social se desbordó y por lo mismo se acabó: reemplazada primero por las Redes Sociales y luego por la Sociedad que desde ahí emergió. Hoy sigue existiendo una versión cadevérica de Vida Social, donde se muestra -por ejemplo-, la vida social de muertos célebres: como sucedió ayer con Herman Goring y unas preciosas fotografías de su juventud, su esposa, sus lugares de veraneo y su jefe (Hitler) que el diario de Agustín publicó en recuerdo de su fallecimiento.

Pero en fin, a propósito el fin de la Vida Social y la banalidad del mal, hace unos días miraba un artículo en Las Últimas Noticias -otro diario de Agustín-, en el que le dedicaban una página entera a cómo Tita Ureta se las arregló para decorar su terraza con sofás en forma de L para, según las declaraciones de Tita: “aprovechar cada centímetro de su terraza”.

Porque resulta que Tita, a pesar de ser célebre, también es humana y tiene una terraza limitada. Algo podemos aprender ahí de Tita el resto de nosotros quienes, si bien no tenemos terraza, podríamos instalar un sofá similar para dividir el living de la cocina, y así parecernos en algo a Tita.

El punto es, que de un tiempo a esta parte todo se volvió vida social al tiempo que lo social se convirtió en trabajo: la red social de Tita es el trabajo de Tita, el sofá de Tita es el sponsor de Tita, y al final su faceta periodística es algo así como cuando te das cuenta de que el príncipe William también sabe volar un helicóptero.

Tita es sólo un ejemplo de esta Vida Social expandida a todo el lecho comunicacional: El escocés fortachón de Outlander vende Whisky en su cuenta de instagram, mientras su esposa eterna de la misma serie hace como que recomienda un Gin que es también su emprendimiento. Pancho Saavedra trabaja en la tele pero factura más por YouTube, y así -finalmente-, tenemos otro ejemplo de como la distinción entre vida y trabajo es hoy -como Vida Social en el diario de Agustín- un recuerdo de la antiguedad.

En la utopía de nuestra sociedad post-contemporanea todos tenemos derecho a aparecer en la Vida Social (¡hasta los muertos!). Sin embargo, siento decirlo, algunas personas son más sociales que otras: a ti nunca te van a hacer un artículo por como organizas tu living, y no creo que tenga suerte vendiendo mi cola de mono artesanal por Instagram.  

El Calcetín

Hoy conversamos con Constanza sobre su aventura grabando un órgano junto a Tomás B.: me contó que ese sonido tan lindo que me mandó en un audio de WhatsApp, era uno donde se escuchaban sonidos que no debían ser escuchados: el fuelle, las pisadas y los mecanismos que solo pueden percibirse cuando se graba desde el interior del instrumento;  Pues el órgano, esta especia de “sintetizador de viento” como le llamo Constanza, está hecho para escucharse con distancia.

Quedé prendado por la metáfora del sintetizador de soplos y la idea de instrumentos con interiores: ¿Entonces el piano sería un sintetizador de cuerdas? Le pregunté.

Si, podría pensarse así. Respondió Constanza.

De ahí volvimos al asunto de lo interior. De cómo estos órganos, pianos y computadores parecieran ser instrumentos con vocación de misterio: sus operadores celosos cuidadores de entrañas, sacerdotes o sacerdotisas de estos artefactos que parecieran haber heredado algo de los antiguos templos que alguna vez habitaron: sanctum-sanctorums donde se distinguía lo externo de lo interno, lo permitido de lo prohibido y a quien sabe tocar de quien no tiene la autoridad para hacerlo.

Quien sabe tocar, revela lo que el órgano es más allá de las piezas que lo componen. Quien no sabe, al manipularlo torpemente, lo devela como ruina y sinsentido.

Quizás de ahí el “se mira, pero no se toca” hacia con los niños, y la incomodidad del pianista de centro comercial que observa con estupor mientras cabros chicos torturan su instrumento de trabajo en un mall.

Para este pianista -que podría ser ingeniera informática en una tienda de computadores u organista en una Iglesia-, lo que los chistositos insolentes hacen al jugar con su templo miniatura es de hecho una catástrofe:

Al igual que nuestro pianista, este niño juega. Pero a diferencia del mismo sabe que juega: provocando la desesperación del adulto sacerdotal quien -enfrentado a la ominosa posibilidad de que sus creencias no sean más que un garabateo infantil-, y viendo en la pantomima del niño la confusión entre lo permitido y lo prohibido, lo real y lo ilusorio, lo interno y lo externo, observa en esta pequeña profanación la inversión del mundo: la decadencia de la civilización occidental y el apocalipsis en un piano. 

Como quien, al colocarse el calcetín al revés, piensa que le puso su calcetín al mundo, y de pronto se da cuenta de que al pensar esto se vuelve el ser más solitario y triste del universo: la única persona en el cosmos fuera de su propio calcetín.

 

Postdatas:

  • La propiedad del piano es un tema interesante: parte del horror del pianista es creerse dueño del instrumento que toca. Es muy similar a lo que le sucede a quienes se creen dueños de la economía que describen, a quien se cree dueño de la persona que ama, etc.

  • El cuerpo -humano o animal- tiene también este carácter de división entre lo interior y lo exterior: me imagino que de ahí viene la concepción teológica del cuerpo como templo que se cuida y el horror de las bandejas de pollo en el supermercado.

  • La moral de la historia es no irse en volada: efectivamente quien sabe tocar un instrumento lo transforma en más que la suma de sus partes. Esto es un misterio muy hermoso y desconocerlo es una pendejada. Pero de ahí a creerse dueños del misterio y percibir cualquier cosa que se desvíe de la norma como un atentado al orden cósmico del universo…  eso es también un delirio limítrofe en donde, por estar a cargo del templo te crees dueño del mundo que lo contiene.

  • ¿que cerca estamos de la locura no?

 

¡Una Mierda el Gris!

Hay pocas cosas más farsantes que confundir diversidad con polarización o entropía: hacerlo es un claro síntoma de charlatenería conservadurista. La diversidad, a diferencia de la entropía, es bonita y tiene capacidad de reinvención fluyendo sobre sí misma y fundiéndose con otras formas y sentidos: dando forma a nuevas formas y sentidos.

La falsa diversidad, esa que en realidad es un conjunto deprimente de pretenciosos desacuerdos y frustraciones, tiene la tendencia a repetir una y otra vez las condiciones de su propio fracaso.

Como el gris que -por mucho que se ordenen los colores que lo componen-, nunca va a poder convertirse en otro color: a los blancos oscurece, a los negros aclara y a los colores apaga.

¡Una mierda el gris!

Las Vidas Pasadas de mi Número

Cuando llegué a Estados Unidos, lo primero que hice antes de salir del aeropuerto, fue adquirir un número telefónico: antes que comer, pero después de ir al baño y del obligado paso por el salon fomo del duty-free.

En el pequeño puesto situado justo al emerger del área privada del aeropuerto, luego de haber recogido mi maleta y ser interrogado por inmigración, estaba una persona cuyo nombre no supe (algo peculiar en el contexto norteamericano) que llevaba un hijab. Fue muy amable y efectivamente, como decía el cartel arriba del puesto, me entregó un nuevo número telefónico en 15 minutos.

Pero el número no era nuevo: venía de Miami.

Me di cuenta de esto al pasar un par de horas: empecé a recibir llamadas de territorios desconocidos que el teléfono, como buen médium, si reconocía: fort lauderdale y otros lugares de la Florida que nunca había visitado. Si hubiese sido Orlando tal vez habría contestado con mayor entusiasmo.

Y es que en otra vida este número había sido el número de otras personas: a veces mi teléfono responde al nombre de Julia, recién respondió al nombre de Nidia quién, según el espíritu, tenía intenciones de viajar. Intenté comunicarme con Beerner (así se llamaba este espíritu) ¡y me hizo ghosting!

Con razón ya nadie contesta; la mayor parte de las comunicaciones en la actualidad son fantasmales y gran parte de ellas vienen de bancos, tarjetas de crédito, estafadores, bots y otras entidades que son verdaderos demonios en este inframundo que se nos asoma a partir de un número que creemos nos pertenece.

Y es que resulta que los números -sustentables y polimorfos- representan muchas cosas a la vez: el número doce es tan propiedad de los apóstoles como de los meses del año y la docena de huevos. Lo mismo con el cuatro y las tortugas ninjas, las estaciones o los Beatles, con Fibonacci y los caracóles, etc.

Entonces no es de extrañarse que el número 3054579898 -que hoy responde a mi nombre-, en otro momento hubiese respondido a otros nombres.

¿Será que los números reencarnan? ¿que los teléfonos son budistas? Se supone que los pasaportes no lo hacen. Mi prima Isabel se llama igual que su fallecida hermana Isabel: grande fue su impresión cuando se encontró la tumba de su hermana grande que nunca creció y que llevaba su nombre.

A veces respondo y converso con estos espíritus del más allá: como cuando reviso el perfil de Facebook de Gladys, fallecida hace ya 10 años: ¡que ganas de que mi número alguna vez hubiese sido el de Gladys!, me imagino que podríamos compartir lindos recuerdos de ella.

De todos modos, espero que Julia, Doris, y todas las almas que alguna vez ocuparon este número estén bien: mal que mal el número que hoy me identifica, mañana será de alguien más y sea quien sea que me suceda, le deseo bien.

 

Las Envidias

Las envidas más difíciles, por lo general, emanan de anhelos imposibles vinculados al tiempo perdido: recuperar un pasado que ya fue, como sucede con el celo de juventud, o resentir lo que nunca se tuvo -esto último va desde la lindura infantil hasta los latifundios que algunos seres humanos poseen sin mérito alguno.

¿Tiene sentido que uno resienta esto último no? Imagínate: ¡tener antes de nacer! La fantasía mundana que más se acerca a satisfacer este deseo primitivo, podría ser hospedarse en un hotel producto de un atraso en el vuelo o algún “premio” por el estilo: llegar de improviso a una cama que está ahí, resplandeciente, mullida y olorosa, esperándote a ti con un bomboncito y el wáter desinfectado, sin tu haber siquiera pensado en hacerla. ¿quizás por esta fantasía de privilegio son tan seductores los hoteles?[1]

Tengo pocas envidias estilo Blancanieves: Así podríamos referirnos a las añoranzas la juventud y el tiempo perdido. Tengo sin embargo, y lo lamento, muchísimas más envidias del segundo tipo: envidias alambicadas, justicieras y resentidas que reclaman, y a veces hasta sufren, por lo que nunca se tuvo: ¡y eso que he tenido bastante!

Particularmente, creo que tengo bastante envidia y resentimiento con la gente linda a sabiendas de que no soy una persona considerada fea: pero como no lo fui de niño o adolescente, me cuesta creerlo, y cuando me creo lindo la ilusión dura poco. A veces resulta un rato, me tomo más cervezas de la cuenta, luego me juro Dionisio y a la mañana siguiente: ahí está el burro avergonzado en el espejo con resaca moral por haberse creído lindo.

Tengo amistades y colegas que si poseen esa frescura lozana de siempre haber sido lindos o lindas: ¡que gran punto de partida es ese! ¡Cuánta envidia! Saber que, por último (o en principio), simplemente eres lindo, y que esa es tu base. Saberlo, así, sencillamente y con la seguridad de que el agua es mojada y el hielo helado.

Yo perdí la cuenta de cuantas veces me he sentido un impostor: una persona fea tratando de convencerse de que algo lindo puede venir de alguien feo.

Quizás uno trata de hacer cosas lindas para remediar ese celo. En todo caso -lo prometo-, nunca trataría de hacer pasar algo feo por hermoso: ¡eso sería traicionar a la lindura!, ¿la misma que envidio? Si, la de la gente que siempre fue linda: a quienes seguramente (aquí viene el resentido) lo más feo que les han dicho es que son egoístas o sinvergüenzas. Patudos. Frescos de raja.

Esta es una lindura que envidio por resentido y neurótico. Pero, afortunadamente, no es la que anhelo: esta envidia es la fealdad de una pena infantil, expresada en inseguridades de adulto, y no es esa la belleza que hoy encuentro en el mundo: mucho más conmovedora que esa lindura simplona de cuento de Disney con princesas, príncipes y un montón de gente si es que no era linda cantaba precioso.

Entonces no hay para que envidiar tanto; porque no hay impostura ni traición: no soy un niño feo tratando de pasar por lindo, de partida porque no soy un niño. Y si bien soy un adulto -que acarrea algunas envidias infantiles-, me parece que para no traicionar la lindura, habría que aspirar a hacer cosas tan lindas como las cosas lindas que he encontrado y que hoy admiro, quiero y respeto.

Entre las cuales se encuentran también -por cierto- algunas personas que fueron, lo recuerden o no, bebés muy hermosos.

[1] No serían la simulación del lujo -producto del privilegio-, sino la simulación del privilegio en si mismo. ¿buen negocio no?

Para Amarte (Necesito una Razón)

Ayer me topé con otra traba en La Escuela: podría haberse resuelto un pequeño pero persistente problema con Gobierno Central, que tenía por salida concreta la posibilidad de hacer una muestra artística. Pero sucedió que a Mengano, quien estaba a cargo de preguntarles a profesores por estudiantes a comienzos de año, se le pasó preguntarle a Sutane por sus estudiantes: una experiencia que ya se había dado en otras encarnaciones de este samsara demencial, teniendo como consecuencia que, nuevamente, cosas sencillas se vuelven innecesariamente complejas. Como si La Escuela tuviese la vocación arquitectónica de una Yenga, en donde temerosamente se busca construir algo a sabiendas que lo más probable es que la torre colapse y que lo más sensato es dejar la torre ahí quieta.

¿Decadente no?

Shakira nos enseña que para amar, necesitamos de una razón: porque hay un punto en el que se hace difícil creer que no exista una más que este amor. Sobretodo, si el pasar de los años solo queda el dolor.

Por eso, le dedico esta canción de Shakira a esta escuela que es como tantas otras escuelas: porque todo el tiempo que pasé junto a ti, dejó un hilo tejido dentro de mí.

Porque contigo engordé más de 6 kilos, aprendí a quitarle al tiempo los segundos, aprendí a ver el cielo más profundo y desarrollé mi sentido del olfato (por lo insólito). Porque me enseñaste a decir mentiras piadosas, a trabajar a horas no adecuadas, y a reemplazar palabras por miradas.

 Y fue por tí que escribí más de 10 postulaciones, y hasta justifiqué tus equivocaciones.

 Y conocí más de mil formas de enseñar.

 ¿Y fue por ti que descubrí lo que es amar?

 Si amar es todo lo anterior, lo siento Shakira, pero no creo que se trate de amor. Y si de amor se tratase, claramente sería un amor tóxico.

No me malinterpreten: existe amor en este descampado. Me consta que hay personas afectuosas, bien intencionadas, comprometidas y con disposición de entregar libremente. Pero para no seguir "reemplazando palabras por miradas" -sino que por canciones-, habría que decir que finalmente existe una notoria falta de amor en este lugar: mentiras piadosas, trabajos no adecuados, palabras reemplazadas por miradas y otras disposiciones que finalmente vuelven practicamente imposible ver el cielo más profundo.

 

Cariño Malo

El otro dia mi jefe me dijo “le tienes cariño a la escuela”. Pero podría tratarse de “la oficina”, “el gobierno”, “la panadería”, etc.

Resulta que, a estas alturas del partido, no sé si trata de cariño: he invertido tiempo y afecto, si, pero lo que siento hoy es más cercano a la pena que al cariño; No siento este lugar como un hogar, sino más bien como una familia: algo que te tocó, y a lo cual se le tiene cariño por costumbre y resignación, más que por gratitud.

Proponer esta frase -tenerle cariño-, por muy bien intencinada que sea, tiene entonces algo sospechoso. No es una afirmación inocente, sino más bien una prueba de fidelidad: de que está todo bien, ¿cierto? de que en el fondo nada malo importa ¿no?. De que, por cariño, has aceptado muchas cosas indecibles e innombrables y que todos aquí, quienes también compartimos ese cariño, llevamos una vida aceptando:

¿estamos de acuerdo entonces?

¿Qué cosas hemos aceptado por este mal querer? cosas buenas, y cosas malas: incluyendo malos-tratos, abusos, silencios, secretos y todas esas cosas propias del ámbito de lo familiar, que pasamos por alto y aceptamos “por cariño". Como sucede con el amor al arte y el cuidado del hogar, oficios que por ser valiosos en cuanto gesto amoroso, no son compensados en el ámbito de lo laboral y tienen por recompensa una rebuscada forma de martirio.

Y no es martirio ese pacto que se sella cuando confirmas tu cariño y ofreces tu resignación: es silencio. Es tu voz la que sacrificas cuando confundes complicidad con amor, cariño con afecto, colusión con fidelidad, méritos con sueldos y terminas por hacer de la ceguera tu destino.

Por supuesto que se me chupó decirle a mi jefe que lo que sentía no era cariño. Espero poder decírselo, con cariño, antes de partir.

actualización: lo hice.

Leviatancillos Bohemios

Los fondos concursables son muchas cosas: una oportunidad para hacer algo, un reconocimiento[1] y también (como es evidente en la post-pandemia) una elocuente expresión de flojera institucional:

“comunicamos a la precarizada comunidad artística que, ya que nos sobra la plata pero no tenemos ideas, el dia 18 del presente mes entregaremos 10 sacos de dinero a quienes nos ofrezcan las 10 mejores ideas de que hacer con este dinero, según determine un jurado conformado por artistas igualmente precarizados (pero sin ideas), que necesitan menos dinero”.

¿porqué no pueden buscar artistas y  articular muestras desde la proposición de ideas en vez de la recopilación de las mismas? ¿no es triste que el principal modo de participación cultural del estado sea repartir plata a cambio de ideas?

Desarrollar un proyecto de largo horizonte, como por definición debiese ser cualquier quehacer cultural,  es algo tortuoso cuando ,funcionalmente hablando, el horizonte de este “leviatancíto bohemio” es de uno o dos años plazo: vas recién partiendo tu camino a casa en bicicleta cuando te tocó la luz roja. Repites esto una y otra vez a lo largo de varios años y ¡súbitamente el trabajo se convirtió en martirio idolatra!: dolor testimonial cuya principal virtud, es dar testimonio del dolor.

Esta cultura de la concursabilidad, prima de la subsidiaridad, está sin embargo enraizada en muchos ámbitos del quehacer no solo artístico sino que cultural en general. ¿será herencia del peonaje? ¿de esa bizarra mutación feudal-capitalista que nos caracteriza?

Ejemplos están a la vista:  colegas que te cuentan que de casualidad tienen acceso a una persona que a su vez tiene acceso a un montón de dinero con lo que se pueden hacer un montón de cosas y que bueno si tienes una idea…. Si tienes una idea entrégasela, pues tiene las llaves -o mejor dicho la concesión-, para financiarla a través de los contactos anteriormente mencionados.

Como si las ideas solo pudiesen expresarse a punta de dinero.

También sucede con direcciones de investigación que “solicitan se envíe información sobre investigaciones realizadas” rellenando documentos kafkianos para así enviar a rectoría un informe que justifique gestiónes no realizadas por la dirección. Lo más absurdo de casos como el último, es que dichas solicitudes generalmente vienen acompañadas de un sentido “se que es una lata pedirte esto de un dia para otro… pero ¡es que estos abusadores lo piden de un dia para otro!”.

¿y qué tal si antes de preocuparse de la justificación y los fondos nos preocupamos de las ideas? ¿qué tal si nos preparamos para la eventualidad en vez de seguir improvisando?

Ufff… ¡tantas cosas pasarían!:

Haríamos investigaciones en vez de trámites, arte en vez de rendiciones, tendríamos conversaciones en vez de cadenas de correos y, si nos fuese bien, tal vez tantas alegrías como quejas. Desde el punto de vista práctico no andaríamos buscando donde exhibir el trabajo y montar las obras: nos asociaríamos para elegir donde mostrar el fruto de nuestras ideas y trabajo, y quizás -con mucha suerte, llegaríamos a la conclusión de que sería bueno tener lugares en donde desarrollar estas ideas -carpinterías, laboratorios de fabricación, talleres públicos de artistas, etc. y abogaríamos por aquello más que por elevar el monto de la repartición.

¿Soñar no cuesta nada no? Pero naturalmente, la misma institucionalidad de la subsidariedad -expresión patriarcal de pretender saber más que tu por tener acceso a la billetera-, es la que, fiel a su (no)poder se va a encargar de decirte, de decirnos, que lo que proponemos no es posible: que es ingenuo, poco realista, y que si bien lo consideran una pena por tratarse de ideas muy hermosas “no es así como funcionan las cosas, lamentablemente, te explico”.

Explicación que resulta de no poder imaginarse otra cosa: y esa carencia imaginativa, es problema suyo, no nuestro.


[1] de ahí que tantxs artistas recomienden “ponerse honorarios bajos para sacarse el fondo”