Las Envidias

Las envidas más difíciles, por lo general, emanan de anhelos imposibles vinculados al tiempo perdido: recuperar un pasado que ya fue, como sucede con el celo de juventud, o resentir lo que nunca se tuvo -esto último va desde la lindura infantil hasta los latifundios que algunos seres humanos poseen sin mérito alguno.

¿Tiene sentido que uno resienta esto último no? Imagínate: ¡tener antes de nacer! La fantasía mundana que más se acerca a satisfacer este deseo primitivo, podría ser hospedarse en un hotel producto de un atraso en el vuelo o algún “premio” por el estilo: llegar de improviso a una cama que está ahí, resplandeciente, mullida y olorosa, esperándote a ti con un bomboncito y el wáter desinfectado, sin tu haber siquiera pensado en hacerla. ¿quizás por esta fantasía de privilegio son tan seductores los hoteles?[1]

Tengo pocas envidias estilo Blancanieves: Así podríamos referirnos a las añoranzas la juventud y el tiempo perdido. Tengo sin embargo, y lo lamento, muchísimas más envidias del segundo tipo: envidias alambicadas, justicieras y resentidas que reclaman, y a veces hasta sufren, por lo que nunca se tuvo: ¡y eso que he tenido bastante!

Particularmente, creo que tengo bastante envidia y resentimiento con la gente linda a sabiendas de que no soy una persona considerada fea: pero como no lo fui de niño o adolescente, me cuesta creerlo, y cuando me creo lindo la ilusión dura poco. A veces resulta un rato, me tomo más cervezas de la cuenta, luego me juro Dionisio y a la mañana siguiente: ahí está el burro avergonzado en el espejo con resaca moral por haberse creído lindo.

Tengo amistades y colegas que si poseen esa frescura lozana de siempre haber sido lindos o lindas: ¡que gran punto de partida es ese! ¡Cuánta envidia! Saber que, por último (o en principio), simplemente eres lindo, y que esa es tu base. Saberlo, así, sencillamente y con la seguridad de que el agua es mojada y el hielo helado.

Yo perdí la cuenta de cuantas veces me he sentido un impostor: una persona fea tratando de convencerse de que algo lindo puede venir de alguien feo.

Quizás uno trata de hacer cosas lindas para remediar ese celo. En todo caso -lo prometo-, nunca trataría de hacer pasar algo feo por hermoso: ¡eso sería traicionar a la lindura!, ¿la misma que envidio? Si, la de la gente que siempre fue linda: a quienes seguramente (aquí viene el resentido) lo más feo que les han dicho es que son egoístas o sinvergüenzas. Patudos. Frescos de raja.

Esta es una lindura que envidio por resentido y neurótico. Pero, afortunadamente, no es la que anhelo: esta envidia es la fealdad de una pena infantil, expresada en inseguridades de adulto, y no es esa la belleza que hoy encuentro en el mundo: mucho más conmovedora que esa lindura simplona de cuento de Disney con princesas, príncipes y un montón de gente si es que no era linda cantaba precioso.

Entonces no hay para que envidiar tanto; porque no hay impostura ni traición: no soy un niño feo tratando de pasar por lindo, de partida porque no soy un niño. Y si bien soy un adulto -que acarrea algunas envidias infantiles-, me parece que para no traicionar la lindura, habría que aspirar a hacer cosas tan lindas como las cosas lindas que he encontrado y que hoy admiro, quiero y respeto.

Entre las cuales se encuentran también -por cierto- algunas personas que fueron, lo recuerden o no, bebés muy hermosos.

[1] No serían la simulación del lujo -producto del privilegio-, sino la simulación del privilegio en si mismo. ¿buen negocio no?