El Sueño de Yolanda

A partir de esta semana ya no hay encuestas: la ley electoral prohíbe la publicación de encuestas durante los 15 dias que anteceden a las elecciones. De todos modos, el mundo entero considera que las encuestas no sirven para nada, pues no serían representativas o solo contactarían a seres humanos obsoletos:

¿quién contesta el teléfono ahora? ¿francamente?

La función de las encuestas es, a partir de una muestra, visualizar lo que la población piensa o pretende hacer, generando así un modelo que, si bien no es la cosa representada, se comporta como tal: de la misma forma que una foto carnet debiese parecerse a ti y la muestra de sangre debiese ser más o menos parecida al resto de tu sangre, la encuesta de una elección debiese parecerse a la elección sin ser una elección.

En la era pre-internet, cuando el país estaba unido por Vicente Sabatini, la línea telefónica y la credibilidad de Margot Kahl, décadas antes de que contestar un teléfono diera miedo y el Professor Rossa puteara a Guru-Guru, las encuestas eran de hecho bastante representativas y su aparición se leía con el fervor de un horóscopo y la seriedad de un programa de política: el sueño de Yolanda Sultana.

La encuesta resulta hoy, entonces, un medio tan anacrónico como la elección, pero carente de su valor ceremonial: el doblaje de papeletas, el canto de votos, los vocales de mesa que saludas cada dos años y todo ese folclor burocrático que denominamos la fiesta de la democracia.

Este carácter vintage de la ceremonia funciona con las elecciones, pero al parecer no con las encuestas; el anacronismo de estas últimas consistente en ser vestigio de un tiempo donde acción y representación estaban mediados por una apreciable distancia temporal: las fotos se revelaban después de las vacaciones, publicar un libro requería años, y convertirse en celebridad precisaba de -al menos- haber nacido. [1]

Donald Trump es un excelente ejemplo de esta vuelta de carnero copernicana: durante milenios, para optar a tener tu nombre inscrito en un edificio o avenida tenías que primero haber gobernado, y luego haber muerto. Pero para Donald -figura símbolo del existo luego pienso- primero se le pone el el nombre al edificio, luego se gobierna y finalmente se muere. Covfefe.   

No es raro entonces que hoy en día, la línea entre acción y representación esté tan confundida que podamos encontrar niños que tienen un canal de Youtube (representación), pero no tienen la menor idea de qué hacer con este (acción): como muestra este video de Elisa Giardina-Papa.

Las encuestas, entonces, son una forma lenta de representación en un universo de representaciones aceleradas cuya inmediatez las vuelve reales como efecto: toda la candidatura de Parisi, el cáncer del Pelado Vade, los bots de Kast, la selfie pal tinder, el valor del bitcoin, las patinetas eléctricas instaladas de la noche a la mañana en el espacio publico, los filtros del instagram y las denuncias de censura con más visibilidad que la censura -como sucedió el año pasado con DelightLab[2]- son algunos síntomas de esto.

Gran parte de las interacciones que hoy tenemos con nuestro entorno material no son con nuestro entorno, ni desde nuestro entorno, sino que a partir de representaciones del mismo, o de acciones realizadas en él que están determinadas no por su valor experiencial, sino por su potencial utilidad como fotografía: cuando dibujamos en Procreate estamos trabajando con una simulación de papel indistinguible de su referente. Lo mismo sucede cuando editamos un video y lo proyectamos, cuando entramos a un foro y debatimos, o cuando subimos un NFT y lo vendemos. Estamos actuando sobre representaciones digitales -de papel, películas, congresos y objetos escasos respectivamente-, que aparentemente tienen el mismo efecto de los objetos que representan.

Y ahí está la pobre encuesta plaza pública: una de las pocas representaciones que actualmente son incapaces de predecir a sus consumidores/usuarios/electores. Ahí está con las otras encuestas: despreciadas por la ciudadanía por falsas y manipuladoras, mientras los políticos declaran que “no gobiernan para ellas” y la prensa se refocila comunicando que solo representan a esas personas llenas de bondad que todavía contestan el teléfono.

Sin embargo, creo que hay algo de nobleza en estas pobres encuestas: ¿o no?

Porque en un mundo hiperreal, donde la causalidad importa un huevo y no hay diferencia entre acción y representación, es de hecho un mundo de encuestas: cada vez que buscamos algo en Google, compramos un disfraz de Pikachu en Aliexpress, vemos una película en Netflix o le damos un like a nuestra mamá en Facebook, estamos rellenando encuestas involuntarias -indirectas e indiscretas-, mucho más representativas y tendenciosas que “la Casen”.

Paradójicamente estas inútiles encuestas vintage tienen la amabilidad de pedir permiso y, al seguir dando puntadas sin hilo y sorprendiendo con sus lecturas horoscópicas, le abren la puerta al encuentro con lo inesperado: algo que por más copas menstruales que busque en Google, todavía no logro encontrar en mi publicidad de redes sociales. No me castigues algoritmo.

😉

 

Pd: Es bueno Baudrilliard, una lástima que sea tan enredado.

 [1] Yo no se como esto no es considerado explotación infantil:

 Online and Making Thousands at Age 4: Meet the Kidfluencers:
https://www.nytimes.com/2019/03/01/business/media/social-media-influencers-kids.html

[2] En Twitter y Gas Lacrimogeno, Zeynep Tufecki argumenta que un estado totalitario moderno prefiere confusión a censurar. La intervención “encandilada” tuvo lugar durante un período de cuarentena estricta en Mayo del 2020, por lo tanto es una intervención que muy poca gente vio en vivo y que -si bien sucedió en el espacio publico- fue principalmente observada y comentada de forma telemática:

 https://www.latercera.com/culto/2020/05/23/delight-lab-no-nos-vamos-a-dejar-amedrentar/