Resolución

Cuando nos referimos a resolución, generalmente pensamos en resolución espacial: cuantos megapíxeles tiene una cámara, cuantos puntos por pulgada tiene una impresora, a cuantos centímetros terrestres equivale el pixel de una fotografía satelital. La resolución temporal, sin embargo, es una que solemos pasar por alto: nuestra percepción temporal es bastante más limitada en este aspecto: nos bastan 24 cuadros por segundo para confundir imágenes con movimiento, a un gamer le bastan 120 cps para actuar en este movimiento sintético, y la verdad es que al menos yo no no tengo tiempo para ver más videos en slow-motion.

Sin embargo, estas resoluciones son complementarias: la ciudad vista desde una montaña parece tranquila, las olas desde un avión parecen moverse en cámara lenta, los árboles que vemos a lo lejos tienen hojas quietas, y el ojo de la tormenta apocalíptica de júpiter nos recuerda las vetas de un pedazo de mármol.

De lejos las cosas parecen no moverse, de cerca parecen no dar tregua: en medio de grandes movimientos sociales esta inquietud es irresistible, y de ahí la pulsión por capturarlo todo, por no perderse nada. El FOMO existencial de llegar primeros y resolver hasta el final.

Pero los mismos trastornos climáticos y sociales que para nosotros resultan irresistibles o intolerables, para los ilustres habitantes de júpiter son, con suerte, un lunar en la faz de un planeta lejano.

La resolución, como el deseo, tiene algo de hoyo (negro): insondable y vertiginoso, mientras más te acercas más encuentras, y sin la posibilidad de llegar nunca a puerto, inevitablemente hay un punto en a que esta búsqueda abismal por la precisión deja de tener sentido:

¿necesito una cámara de 100 megapixeles? ¿vale la pena seguir agrandando el espejo del telescopio?

Estas búsquedas exponenciales de resolución espacial requieren tiempo, y ciertamente -como cuando nos encontramos haciendo doomscrolling en twitter- hay un punto en que este intercambio deja de valer la pena.

Que tal si, en vez de insistir en el abismo, ¿hacemos como los hipotéticos habitantes de Júpiter y nos alejamos un poco?

Tomamos el vector inverso: dándonos tiempo a cambio de resolución, y dejando en paz al agujero negro. Buscando -aunque sea por un momento- formas de tomar distancia que nos permitan observar las cosas no con la certeza de quien se ahoga en un vaso de agua, sino con la claridad de quien sabe que nadie debiese ahogarse en un vaso.

pd: curioso como -al menos en español-, a los agujeros negros se les llama agujeros, y no hoyos. Me pregunto si es por temor a que al llamarlos así, hoyos, se pudiese abrir la puerta a denominarlos culos galácticos o anos interestelares. Lo que nos pondría en la humilde posición de ser una pequeñísima y curiosa deposición preguntándose por lo que hay más allá del orto:punto en el cual un astro atraviesa el plano del horizonte y entra en el campo visual del observador”.