Lo Correcto

Lo Correcto

Durante los últimos años, primero con timidez y luego con la exuberancia de la desinhibición, se han ido instalando en el debate publico y familiar conceptos como la intolerancia de los tolerantes y lo políticamente correcto; este último término referido al carácter totalitario e impositivo de un ideario político y social ligado a las motivaciones de una minoría bulliciosa y egoísta a la que en algún momento se le dio la mano pero que hoy se tomó el codo.

Lo políticamente correcto sería algo así como la burocracia política sostenida por buenistas pusilánimes quienes, sin temple ni experiencia para ver “las cosas como son”, se han transformado en una clase política mórbida, secuestrada por grupos de interés cuyos argumentos -si bien son correctos- estarían mal.

¿Y porqué estarían mal? Porque su base sería ideológica, y sus argumentos -basados en fantasías y constructos-, no corresponden a la realidad, como si corresponden el dinero fiduciario y el espíritu santo, que no responderían a ninguna base ideológica.

Y de aquí se desprenden desinhibiciones como las de pensar, y expresar, que hay que decir las verdades por muy incómodas e incorrectas que sean pues -como dice mi madre- “la verdad aunque severa es amiga verdadera”. Una frase desde donde emana mucha sabiduría, y que personas de moral infantil tienden a leer desde la severidad: “la severidad porque es verdadera es amiga verdadera”.

Y de ahí para muchas personas la provocación y la incorrección - la verdad sin generosidad-, tiendan a confundirse con virtudes y verdades. Pues pensar incorrectamente, sin método ni criticalidad pero con la espontaneidad de la convicción, y la certeza de la fe ciega es la fuente desde donde surgiría un orden nuevo y pacífico en donde todos pensaríamos lo mismo liberados -al fin-, del yugo de la corrección.

Y así se configura un proyecto político decadente: heredero del “reality” show, donde la incorrección es elevada a la categoría de virtud y decir lo que se piensa -o hablar sin pensar-, se convierte en sinónimo de honestidad.

Covfefe.

En este tipo de proyecto, donde el show precede a la realidad, lo único realmente importante es ganar y estar o no en lo correcto -decir o no la verdad- pasa a ser un problema semántico.

Porque la necesidad de estar en lo correcto -¡incluso cuando se es literalmente incorrecto!, no es mucho más que la necesidad de ganar y poseer la razón. Y este deseo tóxico de posesión es una pulsión acaparadora donde todo vale: donde los contrincantes dejan de ser humanos, el mundo conspira en tu contra, los violentitas se transforman en pacos infiltrados, el gobierno -hasta hace pocos días torpe e inepto- anticipa una estrategia para cortar el transporte público, Daniel Jadue tiene un botón para prender y apagar protestas y el Almirante Merino puede decir lo que quiera de Bolivianos y Peruanos por que estos no serían humanos, sino Auquénidos Metamorfoseados.

Y nada de eso es correcto ni verdadero: a menos que la mentira y la paranoia, cual carrera armamentista, escalen hasta el peligroso punto en donde los efectos inventan las causas y ahí -como el pelao vade- nos vamos todos a la B.