Leviatancillos Bohemios

Los fondos concursables son muchas cosas: una oportunidad para hacer algo, un reconocimiento[1] y también (como es evidente en la post-pandemia) una elocuente expresión de flojera institucional:

“comunicamos a la precarizada comunidad artística que, ya que nos sobra la plata pero no tenemos ideas, el dia 18 del presente mes entregaremos 10 sacos de dinero a quienes nos ofrezcan las 10 mejores ideas de que hacer con este dinero, según determine un jurado conformado por artistas igualmente precarizados (pero sin ideas), que necesitan menos dinero”.

¿porqué no pueden buscar artistas y  articular muestras desde la proposición de ideas en vez de la recopilación de las mismas? ¿no es triste que el principal modo de participación cultural del estado sea repartir plata a cambio de ideas?

Desarrollar un proyecto de largo horizonte, como por definición debiese ser cualquier quehacer cultural,  es algo tortuoso cuando ,funcionalmente hablando, el horizonte de este “leviatancíto bohemio” es de uno o dos años plazo: vas recién partiendo tu camino a casa en bicicleta cuando te tocó la luz roja. Repites esto una y otra vez a lo largo de varios años y ¡súbitamente el trabajo se convirtió en martirio idolatra!: dolor testimonial cuya principal virtud, es dar testimonio del dolor.

Esta cultura de la concursabilidad, prima de la subsidiaridad, está sin embargo enraizada en muchos ámbitos del quehacer no solo artístico sino que cultural en general. ¿será herencia del peonaje? ¿de esa bizarra mutación feudal-capitalista que nos caracteriza?

Ejemplos están a la vista:  colegas que te cuentan que de casualidad tienen acceso a una persona que a su vez tiene acceso a un montón de dinero con lo que se pueden hacer un montón de cosas y que bueno si tienes una idea…. Si tienes una idea entrégasela, pues tiene las llaves -o mejor dicho la concesión-, para financiarla a través de los contactos anteriormente mencionados.

Como si las ideas solo pudiesen expresarse a punta de dinero.

También sucede con direcciones de investigación que “solicitan se envíe información sobre investigaciones realizadas” rellenando documentos kafkianos para así enviar a rectoría un informe que justifique gestiónes no realizadas por la dirección. Lo más absurdo de casos como el último, es que dichas solicitudes generalmente vienen acompañadas de un sentido “se que es una lata pedirte esto de un dia para otro… pero ¡es que estos abusadores lo piden de un dia para otro!”.

¿y qué tal si antes de preocuparse de la justificación y los fondos nos preocupamos de las ideas? ¿qué tal si nos preparamos para la eventualidad en vez de seguir improvisando?

Ufff… ¡tantas cosas pasarían!:

Haríamos investigaciones en vez de trámites, arte en vez de rendiciones, tendríamos conversaciones en vez de cadenas de correos y, si nos fuese bien, tal vez tantas alegrías como quejas. Desde el punto de vista práctico no andaríamos buscando donde exhibir el trabajo y montar las obras: nos asociaríamos para elegir donde mostrar el fruto de nuestras ideas y trabajo, y quizás -con mucha suerte, llegaríamos a la conclusión de que sería bueno tener lugares en donde desarrollar estas ideas -carpinterías, laboratorios de fabricación, talleres públicos de artistas, etc. y abogaríamos por aquello más que por elevar el monto de la repartición.

¿Soñar no cuesta nada no? Pero naturalmente, la misma institucionalidad de la subsidariedad -expresión patriarcal de pretender saber más que tu por tener acceso a la billetera-, es la que, fiel a su (no)poder se va a encargar de decirte, de decirnos, que lo que proponemos no es posible: que es ingenuo, poco realista, y que si bien lo consideran una pena por tratarse de ideas muy hermosas “no es así como funcionan las cosas, lamentablemente, te explico”.

Explicación que resulta de no poder imaginarse otra cosa: y esa carencia imaginativa, es problema suyo, no nuestro.


[1] de ahí que tantxs artistas recomienden “ponerse honorarios bajos para sacarse el fondo”