El Calcetín

Hoy conversamos con Constanza sobre su aventura grabando un órgano junto a Tomás B.: me contó que ese sonido tan lindo que me mandó en un audio de WhatsApp, era uno donde se escuchaban sonidos que no debían ser escuchados: el fuelle, las pisadas y los mecanismos que solo pueden percibirse cuando se graba desde el interior del instrumento;  Pues el órgano, esta especia de “sintetizador de viento” como le llamo Constanza, está hecho para escucharse con distancia.

Quedé prendado por la metáfora del sintetizador de soplos y la idea de instrumentos con interiores: ¿Entonces el piano sería un sintetizador de cuerdas? Le pregunté.

Si, podría pensarse así. Respondió Constanza.

De ahí volvimos al asunto de lo interior. De cómo estos órganos, pianos y computadores parecieran ser instrumentos con vocación de misterio: sus operadores celosos cuidadores de entrañas, sacerdotes o sacerdotisas de estos artefactos que parecieran haber heredado algo de los antiguos templos que alguna vez habitaron: sanctum-sanctorums donde se distinguía lo externo de lo interno, lo permitido de lo prohibido y a quien sabe tocar de quien no tiene la autoridad para hacerlo.

Quien sabe tocar, revela lo que el órgano es más allá de las piezas que lo componen. Quien no sabe, al manipularlo torpemente, lo devela como ruina y sinsentido.

Quizás de ahí el “se mira, pero no se toca” hacia con los niños, y la incomodidad del pianista de centro comercial que observa con estupor mientras cabros chicos torturan su instrumento de trabajo en un mall.

Para este pianista -que podría ser ingeniera informática en una tienda de computadores u organista en una Iglesia-, lo que los chistositos insolentes hacen al jugar con su templo miniatura es de hecho una catástrofe:

Al igual que nuestro pianista, este niño juega. Pero a diferencia del mismo sabe que juega: provocando la desesperación del adulto sacerdotal quien -enfrentado a la ominosa posibilidad de que sus creencias no sean más que un garabateo infantil-, y viendo en la pantomima del niño la confusión entre lo permitido y lo prohibido, lo real y lo ilusorio, lo interno y lo externo, observa en esta pequeña profanación la inversión del mundo: la decadencia de la civilización occidental y el apocalipsis en un piano. 

Como quien, al colocarse el calcetín al revés, piensa que le puso su calcetín al mundo, y de pronto se da cuenta de que al pensar esto se vuelve el ser más solitario y triste del universo: la única persona en el cosmos fuera de su propio calcetín.

 

Postdatas:

  • La propiedad del piano es un tema interesante: parte del horror del pianista es creerse dueño del instrumento que toca. Es muy similar a lo que le sucede a quienes se creen dueños de la economía que describen, a quien se cree dueño de la persona que ama, etc.

  • El cuerpo -humano o animal- tiene también este carácter de división entre lo interior y lo exterior: me imagino que de ahí viene la concepción teológica del cuerpo como templo que se cuida y el horror de las bandejas de pollo en el supermercado.

  • La moral de la historia es no irse en volada: efectivamente quien sabe tocar un instrumento lo transforma en más que la suma de sus partes. Esto es un misterio muy hermoso y desconocerlo es una pendejada. Pero de ahí a creerse dueños del misterio y percibir cualquier cosa que se desvíe de la norma como un atentado al orden cósmico del universo…  eso es también un delirio limítrofe en donde, por estar a cargo del templo te crees dueño del mundo que lo contiene.

  • ¿que cerca estamos de la locura no?